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Segundo domingo
19 de enero de 2024
Isaías 62:1-5;
Salmo 96;
1 Corintios
12:4-11;
Juan 2:1-11
Segundo
Domingo
(C)
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1. --
Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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1.
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Queridos lectores,
Se ha pasado el tiempo navideño, pero el evangelio hoy
siempre se ha asociada con la epifanía del Señor. No
obstante, se le ha aprovechado en tiempos recientes para
llegar a otros fines. Esta homilía de modelo intenta
interpretarlo como hizo la Iglesia antigua. No importa cómo
lo lean, que Dios les ayude con ello levantar el gozo de sus
escuchadores.
Padre Carmelo, O.P.
II DOMINGO ORDINARIO, 19 de enero de 2025
(Isaías 62:1-5; I Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11)
El evangelio hoy es conocido, apreciado y singular. No
tenemos ninguna otra historia de Jesús asistiendo en bodas,
mucho menos con sus discípulos y su madre. Está dado a
diferentes interpretaciones. Algunos la entienden como
enfocada en María como la grande intercesora por todas
nuestras necesidades. Otros la ven como testimonio de Jesús
como persona regular que disfruta fiestas. Aún otros se
aprovechan de la historia para explorar las dimensiones
religiosas del matrimonio.
Quisiera proponer otra manera de leer este evangelio. Tiene
que ver con el matrimonio, pero no en el sentido de
instrucciones para los casados. Más bien, trata del
matrimonio entre Dios y su pueblo o, para nosotros, la unión
entre Cristo y la Iglesia. Parece ser la interpretación que
prefiere la Iglesia cuando lo une con la lectura del profeta
Isaías.
La primera lectura proviene de la tercera parte del Libro
del profeta. El contexto de la lectura es Jerusalén poco
después del retorno de sus exiliados de Babilonia. Han
experimentado el trauma más grave de su historia hasta la
fecha. La ciudad entera había sido devastada junto con la
destrucción del Templo. Miles personas fueron matados y
otros miles deportados. Parecía al tiempo que Dios había
abandonado a su pueblo para siempre. Pero el profeta rechaza
esa conclusión. Dice que el Señor ama a su pueblo y ahora,
purificado por el sufrimiento, promete a desposarse con él
para siempre. Asegura a sus lectores que una vez más Israel
brillará con la justicia y manifestará la salvación.
El Evangelio de Juan presenta el cumplimiento de esta
promesa. Convenientemente tiene lugar en el contexto de unas
bodas. Jesús está allí junto con sus discípulos y su madre.
Se puede decir que María sirve como casamentera presentando
a Jesús a la gente. Aunque el momento para mostrar la
plenitud de su amor para el pueblo todavía no ha llegado,
Jesús les da ahora una pista de este amor. Convierte las
seis tinajas de agua en vino de modo que todos sean no solo
satisfechos con su espíritu sino maravillados de su calidad.
Para entender el significado de la historia, tenemos que ser
conscientes del simbolismo que lleva. La falta de vino es
una manera de decir que la relación entre Dios y su pueblo
carece de vitalidad. El judaísmo se ha puesto formalista con
muchas reglas, pero poca santidad. Las tinajas de agua, que
se usaba para los ritos de purificación, representan la
magra eficaz de la ley. Para rectificar la situación, Dios
ha enviado a su Hijo al mundo. El agua convertida en vino
tiene dos referencias. En un lado, representa la
transformación de vaciedad al gozo que experimenta el pueblo
con la presencia de Dios en su medio. En otro lado, el vino
simboliza la sangre de Jesús que va a ser derramada para la
salvación de todos.
En nuestro tiempo muchos nosotros sentimos perplejos por los
cambios que nos afectan con intensidad creciente. Los
mayores lamentan la pérdida de virtudes como la humildad, la
castidad, y la religiosidad misma. Los jóvenes se angustian
sobre cuestiones básicas como perseguir una carrera o tener
una familia. Los adultos se preocupan de que sus recursos
sean suficientes para satisfacer sus esperanzas y deseos.
¿Cómo vamos a proceder adelante?
La respuesta que ofrece el evangelio es aferrar firmemente a
Jesús. Como las últimas palabras dicen que “sus discípulos
creyeron en él”, no deberíamos retirar nuestra confianza.
Por la participación en la Eucaristía, la práctica de
valores cristianos, y la colaboración con la comunidad
podemos navegar nuestras vidas a la serenidad que anhelan.
El que cambió el agua al vino va a transformar nuestras
ansiedades en la paz.
Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
Isaías 62:1-5; Salmo 96; 1 Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
Isaías tenía una perspectiva diferente: animó a los
exiliados a regresar y reconstruir Jerusalén. En el pasaje de hoy, Isaías
presenta una visión de lo que podría ser si el pueblo reconstruyera su ciudad.
Los profetas no son ingenuos. Ven la realidad que los rodea; pero aun así,
llaman a la gente a hacer lo que parece imposible, a confiar en Dios a pesar de
las dificultades.
Muchos rechazaron la visión de Isaías para el futuro. Se quedaron estancados en
el pasado. Afortunadamente, Dios no se da por vencido con nosotros, sino que
persiste con gestos y palabras de amor. Para usar una expresión moderna, Isaías
le está diciendo al pueblo: “Dios está locamente enamorado de ti”. O, como él lo
expresa: “Como un joven se desposa con una virgen, tu Constructor se desposará
contigo, y como un esposo se regocija con su esposa, así tu Dios se regocijará
contigo”.
Isaías describe el intenso amor de Dios por nosotros usando imágenes de bodas.
Dios no será un gobernante frío o distante. Cuando la restauración prometida
llegue, Dios se regocijará con el pueblo y ellos serán uno con Él en una
relación que dará vida. Cuando las cosas van terriblemente mal para un pueblo o
una nación, surge la pregunta: “¿Dónde está Dios? ¿Acaso no le importa a Dios lo
que nos está sucediendo?”. No basta con ser optimistas en tiempos difíciles.
Nuestros pensamientos positivos o nuestros propios esfuerzos no son suficientes
para salvarnos. Isaías les está asegurando a los exiliados y a nosotros que Dios
no se quedará de brazos cruzados cuando estemos en necesidad.
Dios cumple las esperanzas de Isaías y manifiesta su amor por nosotros en
Cristo. El relato evangélico de las bodas de Caná fue el comienzo de las
“señales” que Dios nos da en Jesús. Incluso cuando Jesús fue apresado y
asesinado, Dios no se dejó intimidar por su amor hacia el pueblo. El mensaje de
Isaías sobre el amor de Dios por nosotros se muestra en Jesús, el esposo divino
ahora hecho carne. Él está en una fiesta de bodas. En la “señal” de su milagro
está anunciando que el tiempo de la salvación ha comenzado. Ahora las promesas
hechas por los profetas de perdón, sanación y nueva vida se han cumplido en él.
El amor apasionado de Dios por nosotros se ha encarnado en Jesús, a partir de su
“primera señal” en Cana. Si el Mesías iba a hacer su primera aparición, qué
mejor ocasión que una celebración nupcial, una de las ocasiones más alegres de
la vida de una pareja, un marco maravilloso para representar la bienaventuranza
de la llegada del Mesías.
En la época de Jesús, las costumbres nupciales, como la mayoría de las nuestras,
eran elaboradas, pero diferentes. La ceremonia se celebraba a última hora de la
noche, después de un gran banquete. La pareja no se iba de luna de miel, sino
que abría su casa a familiares, amigos y vecinos. Organizaban una fiesta que
normalmente duraba una semana. A la luz de sus vidas extenuantes, un evento así
era una ocasión maravillosa para que un pueblo entero, o una aldea, hiciera una
pausa en su ardua vida y celebrara. Así, los profetas y Jesús enseñaron acerca
de las maravillas de Dios en el contexto de una celebración de bodas.
La pasión de Dios por nosotros no es algo genial. En cambio, Dios sigue
regresando con perdón; nos busca y sigue buscando intimidad con nosotros, los
humanos, para salvarnos de nosotros mismos y rescatarnos de cualquier exilio que
hayamos elegido.
Hemos cometido errores, Israel lo ha hecho una y otra vez. Incluso han matado a
los profetas que Dios les envió. Pero Dios no se puede quitar de encima. ¿Cómo
lo sabemos? Porque Jesús llega a una fiesta de bodas en Caña y, como hemos oído
al profeta Isaías, nos damos cuenta de que no se trata de una boda normal de una
pareja desconocida en un pequeño pueblo cuya ubicación se ha perdido en la
historia. La presencia de Jesús en la boda y lo que hace allí anuncia que el
Mesías tan esperado ha llegado. El novio ha venido a reclamar a su novia.
Jesús es el anfitrión de este banquete; nos proporciona una superabundancia de
vino (¡entre 100 y 250 galones!). Bueno, ¡hay mucho que celebrar! Es tal como
prometieron los profetas: Dios es un amante extravagante y al final de los
tiempos proporcionará un banquete con abundante comida y un vino selecto y rico.
Este banquete de bodas es un anuncio de que se nos ofrece un nuevo tiempo y una
relación más profunda con Dios.
Esa superabundancia de vino es un símbolo para nosotros. Puede que hayamos
viajado una larga distancia, o una corta distancia hacia el exilio, pero hemos
regresado a esta fiesta de bodas para encontrarnos nuevamente con nuestro Dios,
el amante audaz y persistente: que no se da por vencido con nosotros; que viene
a cortejarnos, siempre dándonos la bienvenida, siempre ofreciéndonos un nuevo
comienzo, una y otra vez. Dios nos llama con un nombre entrañable, dice Isaías,
Dios nos llama, “Mi Deleite”.
Jesús es el recordatorio específico y poderoso de que Dios no se da por vencido
con nosotros cuando nos vamos deambulando; cuando tomamos decisiones insensatas,
cuando nuestra fe pierde su ardor. Pruébelo: por un solo día, o incluso por toda
la vida, sin importar lo que suceda, sin importar cómo nos midamos, escuche la
voz amorosa de Dios que nos llama, “Mi Deleite”. ¿Qué podría hacer eso por
nuestro sentido de nosotros mismos, nuestra imagen de este nuevo año?
Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo.
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011925.cfm
P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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