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I DOMINGO DE CUARESMA
9 de Marzo de 2025
Deuteronomio
26:4-10;
Salmo 91;
Romanos
10:8-13;
Lucas 4:1-13
I
Domingo
De
Cuaresma
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1. --
P. Carlos Salas,
OP <csalas@opsouth.org>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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1.
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{I Domingo de Cuaresma (C) – 3/9/25}
Deuteronomio 26:4-10 | Romanos 10:8-13 | Lucas 4:1-13
Fray Carlos Salas, OP
Si ponemos mucho énfasis en la divinidad de Jesucristo, podemos olvidarnos de
los aspectos de su humanidad. ¿Qué mejor tiempo de recordar la humanidad de
nuestro Salvador sino en la temporada litúrgica en la que tenemos presente
nuestras flaquezas humanas? Es en la cuaresma donde somos más conscientes de
nuestras debilidades y de las tentaciones a las que nos enfrentamos.
Esta temporada no es para recordar que somos “malos” y pecadores. Todo lo
contrario; Dios nos hizo en el bien y somos buenos, pero habiendo entrado el
pecado en nuestras vidas, somos propensos a las tentaciones que nos rodean. Por
esto es justo y verdadero que, cuando Dios se hizo hombre en Jesucristo, incluso
Él fuera tentado como nosotros. Nos lo dice la carta a los hebreos: Pues no
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya
que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado.
Me sorprende en muchas ocasiones que alguien confiesa tentaciones. Se le viene
un pensamiento a la mente, sienten un impulso a un vicio que intentan dejar, o
alguien los invita a un pecado. Cuando yo les pregunto, “y usted, ¿qué hizo?” y
me responden, “Nada, solo fue esa tentación,” se sorprenden cuando les respondo,
“entonces, ¡usted no pecó! ¡Enhorabuena y démosle gracias a Dios!” Muchas veces
se quedan perplejos y sin entender. Piensan, “¿cómo es así, si yo sentí esas
tentaciones tan fuertes?”
Es ahí cuando quiero leerles este Evangelio. ¿Pecó Jesucristo? No. Es imposible
pecar sin pretenderlo. Podemos pecar al descuidar la conciencia, pero es
necesario pretender pecar para caer en la tentación. Si eres el Hijo de Dios,
dile a esta piedra que se convierta en pan. Cualquiera de nosotros que escuchara
esto lo tomaría como un desafío: “¡Ándale, pues, yo te pruebo que puedo
convertir esta piedra en pan!” Eso es ya caer en el pecado, pero ser tentado no
es pecar.
En el otro extremo, también existen las personas que nunca pecan. Personas que
me han dicho que no sienten la necesidad de ir a confesarse. ¡O, incluso, que se
sienten orgullosos por no haberse confesado en más de 10 años! Ellos tampoco
viven en la verdad. Mientras que unos hermanos nuestros creen pecar con cada
tentación que viene a sus vidas, otros creen que son incapaces de pecar—o, que
si pecan, ellos son la excepción al decreto de Dios de confesar nuestros pecados
entre nosotros, a la Iglesia. Nos dice san Juan, Si decimos: “No tenemos
pecado,” nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros
pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. Si decimos: “No hemos pecado,” le hacemos mentiroso y su palabra no
está en nosotros.
Debemos permanecer en la verdad, porque la verdad no es una idea, sino una
Persona. La Verdad es Jesucristo mismo: Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí. Entonces, para ir al Padre, es necesario vivir en
el camino de la verdad, es decir, reconocer que hemos pecado. Y, ¿de qué sirve
solo reconocer conmigo mismo que he pecado? Es aún mejor confesárselo a Dios, y
hacerlo como Él lo instituyó, a través del sacramento de la penitencia.
La Verdad no se encuentra en estos dos extremos, sino en el punto medio. La
Verdad no se encuentra en la mentira de que he pecado solo porque una tentación
ha venido hacia mí—en ese caso, Jesucristo también pecó—ni tampoco se encuentra
en rechazar la realidad de que he pecado—es una mentira, y un pecado más, encima
de todo. Jesucristo nos ayuda a ver que somos buenos, porque así nos hizo, y que
hemos pecado. Que necesitamos de Su misericordia para sanar y tener la fuerza
para evitar el pecado futuro. Ven, Señor Jesús.
P. Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>
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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
1 ° DOMINGO DE CUARESMA -C- 9 de Marzo de 2025
Deuteronomio 26:4-10; Salmo 91; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13
Por: Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
Estoy seguro de que ninguno de nosotros quiere
enfermarse ni padecer una enfermedad grave. Y también estoy seguro de que
tenemos nuestra propia lista de las peores enfermedades del catálogo de
enfermedades graves, las que más tememos. De hecho, algunos de nosotros tenemos
un poco de superstición y ni siquiera queremos hablar del tema por miedo a que
nos suceda precisamente lo que tememos. Pero consideremos por un momento una
dolencia especialmente dolorosa: la amnesia.
Imaginemos lo terrible que sería olvidar nuestro pasado, no recordar quiénes
somos y de dónde venimos. Qué doloroso y desconcertante sería vivir en una nube
de olvido, haber olvidado las experiencias y relaciones que nos han formado,
olvidar quiénes fueron nuestros padres y amigos, quienes nos amaron y ayudaron a
convertirnos en las personas que somos. Una amnesia tan grave, por supuesto,
borraría nuestro pasado. Pero más aún: ¿de qué serviría el presente sin historia
ni experiencia a las que recurrir? ¿Y qué valor tendría el futuro sin el pasado
que nos equipó para tomar decisiones sabias sobre nuestro futuro?
En cierto sentido, la amnesia sería la peor enfermedad que se puede tener,
porque dañaría seriamente nuestra conciencia de nosotros mismos y nuestro
conocimiento de quiénes somos. No sé si existe una amnesia tan grave o profunda
en las publicaciones médicas, pero las escrituras de hoy ciertamente abordan
otro tipo de amnesia: el olvido de quién es Dios y de lo que Dios ha hecho por
nosotros. En la lectura del Deuteronomio, Moisés se dirige a los israelitas y
trata de ayudarlos a no tener amnesia voluntaria. Llama a la comunidad de fe a
recordar a Dios y a mantener vivo el recuerdo de las grandes acciones que Dios
hizo para liberarlos.
Moisés se dirige a la comunidad en una fiesta litúrgica, probablemente una
fiesta en la que el pueblo trae algunos de los frutos de su cosecha y los ofrece
con agradecimiento a Dios, la fuente de estos dones. Pero Moisés aprovecha la
oportunidad para instruirlos a que no sólo recuerden los dones de Dios de la
tierra, sino que recuerden especialmente los dones que Dios les dio en su
pasado. Por lo tanto, deben recordar y recitar su historia. Todo comenzó con sus
primeros antepasados: “Mi padre era un arameo errante” (quizás se trataba de
Jacob). Sus antepasados eran unos don nadie errantes, sin embargo, Dios les dio
la Tierra Prometida y los convirtió en una gran nación. Luego, cuando fueron
esclavizados por los egipcios, Dios los liberó “con señales y prodigios”.
Moisés no quiere que los israelitas se vuelvan amnésicos. Deben celebrar su
pasado porque, cuando lo hagan, recordarán a su Dios, que fue tan misericordioso
con los que no eran nadie y los convirtió en personas importantes. Al recordar
lo que Dios hizo en su pasado, tendrán confianza en que Dios no los abandonará
en sus necesidades presentes ni en sus pruebas futuras.
Hoy es el primer domingo de Cuaresma. La temporada de Cuaresma ha comenzado y es
un tiempo para seguir el consejo de Moisés y recordar lo que Dios ha hecho por
nosotros. ¿No es eso lo que es la Eucaristía, una “anamnesis”, un recuerdo, un
memorial? Cada vez que celebramos la Eucaristía recordamos las grandes obras que
Dios ha hecho por nosotros en Cristo, y más. Escucharemos las palabras de Jesús
en esta celebración: “Hagan esto en memoria mía”. No se trata simplemente de
mirar hacia atrás para no olvidar lo que Dios hizo por nosotros en el pasado.
Más bien, cuando recordamos la ofrenda de Cristo por nosotros, cuando lo
“recordamos”, él se hace presente para nosotros. Estamos conectados con su vida,
muerte y resurrección.
Y eso es importante porque nuestro camino cuaresmal nos pide que muramos a
nosotros mismos, a nuestro egoísmo y pecado, a nuestras metas y planes
egocéntricos, a nuestro enfoque en nuestro propio mundo inmediato en detrimento
de la comunidad más amplia. Esa muerte es imposible por nuestra cuenta. Pero
recordemos este primer domingo de Cuaresma que no estamos solos, porque hemos
muerto con Cristo en el bautismo y hemos recibido una nueva vida ahora y una
promesa de resurrección con Cristo en el futuro. Es bueno recordar el pasado:
nos da valor y visión para el presente y esperanza para el futuro. Es –como nos
dirigimos a Dios en el Prefacio de hoy– “verdaderamente justo y necesario darte
gracias y alabarte por Jesucristo tu Hijo”. ¿Quieres una forma diferente de
comenzar la Cuaresma? Podemos comenzar esta santa temporada, no tanto
golpeándonos el pecho, sino recordando lo que Dios ha hecho por nosotros y, en
esta Eucaristía y en nuestra vida diaria, dando gracias. Probemos eso –durante
toda la Cuaresma.
Jesús no era amnésico, no tenía problemas para recordar quién era Dios y quién
era él. Los relatos de los evangelios dejan claro que a lo largo de su vida
Jesús tuvo el tipo de tentaciones que Lucas describe en el evangelio de hoy. Tal
vez a nosotros, los modernos, no nos sienta cómodo la idea de que Jesús fue
tentado, o tengamos la sensación de que, siendo quien era, podía simplemente
sacudirse esas tentaciones de encima, como nosotros sacudimos una mosca de
nuestro rostro. Pero si los evangelios dicen que fue tentado, entonces realmente
lo fue. Las tentaciones eran profundas, no fáciles de sacudir, porque tenían que
ver con su identidad como Hijo de Dios. ¿Qué significaba estar en ese tipo de
relación con Dios, tanto en sus experiencias personales como en su ministerio?
¿Cómo enfrentaría la tentación y sería fiel a Dios y a la misión que Dios le
había encomendado?
La primera tentación que enfrentó Jesús fue la de cuidar de sí mismo. Tenía
hambre, así que ¿qué problema había? ¿Por qué no hacer pan de las piedras? ¿Por
qué el Hijo de Dios no podía vivir una vida privilegiada y evitar los dolores y
sufrimientos que el resto de nosotros tenemos que sufrir? Después de todo, él es
especial, ¿no es así? Pero si se cuidaba a sí mismo, usando su poder para su
propia conveniencia, ¿qué credibilidad tendría cuando invitó a sus discípulos a
negarse a sí mismos, tomar su cruz y seguirlo? Bueno, entonces, ¿qué tal si
usaba los poderes que tenía para alimentar a los hambrientos convirtiendo
piedras en pan o multiplicando el pan? Sí, multiplicó el pan, y las multitudes
no entendieron quién era él ni qué significaba el milagro. Vinieron a buscarlo
para hacerlo rey. Ese no era el tipo de seguidores que él quería.
La segunda tentación también se refería a cómo podría haber vivido como Hijo de
Dios. Podría haber ejercido su poder sobre las naciones del mundo y cumplido su
misión mediante la fuerza de los ejércitos y la influencia política. Israel
siempre quiso ser una nación poderosa en el mundo y Jesús podía ser el único que
los dirigiera. Pero en cambio, eligió ser un verdadero hijo de Dios y se puso
bajo el dominio de Dios y vivió una vida fiel al camino de Dios, no al camino de
ningún poder mundano.
La tercera tentación. Lucas parece ordenar las tentaciones en orden de
importancia y profundidad. Una vez más se enfrenta a una tentación sobre su
identidad como “Hijo de Dios”. “Si eres Hijo de Dios…”, comienza la tentación.
Aunque no fuera por otra razón, uno sabría que se trata de un momento importante
porque Lucas lo sitúa en el parapeto del Templo. (Jerusalén y el Templo son
centrales en el evangelio de Lucas). Si Jesús cedió a la tentación y se arrojó
desde el parapeto, obligando a Dios a salvarlo, entonces podría haber recurrido
a invocar a Dios para que lo rescatara de todas las situaciones amenazantes y
difíciles a lo largo de su ministerio. Podría reclamar su prerrogativa como Hijo
de Dios y, en efecto, poner a prueba a Dios para seguir demostrando que era
amado y vigilado por Él. Le estaría pidiendo a Dios pruebas especiales de su
relación para tranquilizarlo cada vez que las cosas se pusieran difíciles. No
tenemos esas pruebas visibles a nuestra disposición y por eso Jesús, uno de
nosotros, decidió no exigirlas para sí mismo.
¿Podemos confiar en el amor de Dios incluso cuando la vida nos derriba? ¿Podemos
seguir confiando a través de largas luchas cuando luchamos con dudas sobre
nuestro propio valor? ... incluso cuando queremos decirle a Dios, "Pensé que era
tu hijo amado, ¿cómo pudiste permitir que esto me sucediera? ¿Dónde estás ahora
que te necesito?" Es difícil confiar en el poder de Dios cuando estamos en una
gran angustia y nuestra fe se siente frágil y Dios parece impotente o
indiferente a nuestras súplicas. Pero Jesús se mantuvo fiel y confió en Dios en
circunstancias similares. Porque él podía, ahora nosotros podemos. La historia
de Israel y las palabras de los profetas muestran que Israel con frecuencia
cedió a las mismas tentaciones que Jesús enfrentó. Israel falló muchas veces en
su vocación de ser hijo de Dios. El pueblo con frecuencia se alejó de Dios y
buscó su propio pan; se postró y adoró a dioses falsos y con frecuencia puso a
Dios a prueba. No podemos echarle la culpa a Israel; hemos hecho lo mismo.
No seamos amnésicos. El Evangelio nos ayuda a conservar la memoria. Nos recuerda
que somos hijos amados de Dios y que Dios no escatimó en gastos para asegurarnos
nuestra verdadera identidad. Gracias a Cristo recordamos nuestro pasado, lo
experimentamos con nosotros en nuestro presente y no tememos nuestro futuro,
donde también lo descubriremos.
Haga clic aquí para obtener un enlace a las
lecturas de este domingo.
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/030925.cfm
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