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XXXI domingo ordinario
-- 3 de Noviembre de 2024
Deuteronomio
6:2-6; Salmo 18;
Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28b-34
XXXI
Domingo
B
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1. -- Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>
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1.
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“Aumenta mi Fe Señor, Yo Pecador”
Tres de los evangelistas nos dan una interpretación de este encuentro entre Jesús y el escriba. Pero San Marcos es el único que describe a este escriba como sincero, abierto, y honesto. Según el relato de Marcos, vemos a un hombre sencillo que está buscando una aclaración. No viene para poner a prueba a Jesús. Viene buscando entender mejor la importancia de la ley. Parece que Jesús se quedó admirado, porque al final del encuentro dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Es posible perder la sabiduría en la respuesta de Jesús. Él no está despreciando los mandamientos de los judíos. Mas bien, les está respetando, pero al mismo tiempo, poniéndoles en un formulario que es fácil de entender, y fácil de recordar. Jesús va directamente a la esencia de la ley y la resume en dos principios: el amor a Dios y el amor al prójimo.
El primer mandato viene del libro de Deuteronomio: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Dios, es el único Señor; amarás al Señor, Tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas las fuerzas”. Este mandato, conocido como el Shema a causa de la palabra hebrea para “escuchar”, es recitada por los judíos fieles dos veces al día. Ninguno de los oyentes de Jesús pudo dudar de su importancia. Con respecto al segundo mandamiento, Jesús hace referencia al libro de Levítico. La cita viene de una sección en la cual Dios ordena que su pueblo sea santo igual que Dios. Con muchos ejemplos Dios deja bien claro que la santidad que Dios espera de su pueblo demanda que amen a todos los seres humanos: a los pobres, a los extranjeros, y a los desamparados. Entonces, otra vez, los oyentes de Jesús no pueden refutar su respuesta.
Y nosotros, hoy en día, si presentamos la misma pregunta a Jesús, vamos a recibir la misma respuesta. Quedamos con una duda. ¿Como es posible amar así? Es posible solamente si tenemos fe en el amor de Dios para nosotros. Es muy importante aceptar que Dios nos ama de todo corazón y sin condiciones. El amor de Dios no depende de nuestra fidelidad a la ley. El amor de Dios no se gana por nuestra bondad. El amor de Dios es un don gratuito que está disponible para nosotros a pesar de lo que hagamos o dejemos de hacer. Esta fe en el amor de Dios es la base de nuestro compromiso y nuestro deseo de vivir en relación con Dios.
No es tan fácil creer que Dios nos ama así. Queremos usar nuestra experiencia de amor como la medida de lo que puede hacer Dios. Y sabemos lo que no es posible para nosotros. Casi no somos capaces de amar totalmente sin buscar algo del otro. No es fácil perdonar si el otro no se arrepiente. Nos parece imposible dar todo a los que no son dignos. Por eso, nos cuesta creer que Dios puede amar así.
Tal vez el desafío mas grande que tenemos es acercarnos humildemente a Dios, implorando la fe- fe en el amor de Dios para nosotros, fe en la capacidad de Dios de dar sin reserva, fe en el deseo de Dios de estar en relación con nosotros. Solamente cuando aceptamos este misterio será posible abrirnos al amar a Dios y tratar de extender este amor a los demás.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
DOMINGO 31 (B) 3 de Noviembre de 2024
Deuteronomio
6:2-6; Salmo 18;
Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28b-34
Por: Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
En
el evangelio de hoy hay un momento maravilloso de mutuo acuerdo. Un escriba
pregunta a Jesús: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Jesús da su
respuesta y el escriba da su aprobación: “Bien dicho, Maestro…”. En ese momento
hay un gran encuentro y acuerdo entre lo mejor de las tradiciones judía y
cristiana: que el amor a Dios tiene precedencia sobre todos los demás
requisitos, observancias y lealtades religiosas. Este amor a Dios requiere la
entrega total de nuestro ser y, cuando se da, el amor al prójimo será la
manifestación necesaria y visible de nuestro amor a Dios. El amor a Dios se
muestra auténtico cuando se hace visible en el amor al prójimo, porque Dios
viene a nosotros concretamente en la presencia de nuestras hermanas y hermanos.
La primera lectura del leccionario y el evangelio de hoy muestran estos
estrechos paralelismos.
En la lectura del Deuteronomio, Moisés ha reunido a los israelitas en las
orillas del Jordán. El pueblo está a punto de tomar posesión de la Tierra
Prometida, pero Moisés no irá con ellos, morirá antes de que crucen el río.
Moisés dirige su discurso final al pueblo y les recuerda que tienen un solo Dios
y que deben amarlo con todo su ser. Esa es nuestra primera lectura del texto, la
parte narrativa clara. Pero el Libro de Deuteronomio fue escrito mucho después
del evento narrado, cuando la nación era próspera y estaba bien asentada en la
tierra. Por lo tanto, hay otro contexto para la lectura de hoy y otra
aplicación.
El pueblo estaba establecido y seguro y, en tales situaciones, una nación y una
religión pueden volverse complacientes y confiar en sus propias fortalezas y
nociones. Por lo tanto, al presentar las palabras orientadoras de Moisés,
Deuteronomio está llamando al pueblo a dejar de depender de sí mismo y volver a
Dios. La autoridad y el prestigio de Moisés se utilizan para recordarles que su
primera lealtad es hacia el Dios que los liberó de la esclavitud. Cuando la
nación se derrumbe y sea llevada al cautiverio, los exiliados recordarán su
necedad al confiar en el poder político y militar mientras ignoraban a Dios su
Creador y Sustentador. Tal vez los exiliados derrotados y humillados escuchen el
eco del antiguo consejo de Moisés a la nación incipiente y experimenten un
momento de renacimiento, al volverse una vez más a Dios y amarlo con todo su
“corazón, alma y fuerzas”.
Las palabras de Moisés pueden encontrarnos como adoradores en diferentes lugares
de nuestras vidas. Para aquellos que son constantes en su piedad, hoy es una
oportunidad de afirmar su decisión de servir a Dios y ser nutridos en esta
Eucaristía para que puedan seguir siendo fieles servidores. Otros, conscientes
de su autosuficiencia y “espíritu independiente”, pueden recordar que su lealtad
y dependencia primarias son de Dios, todo lo demás es secundario y puede ser
fácilmente arrebatado. Finalmente, puede haber algunos en la congregación que,
como los exiliados, han visto su mundo sacudido y derrumbado y necesitan ser
renovados en la esperanza. Escuchan el recordatorio de Moisés de que estamos
llamados a amar a Dios totalmente porque eso es lo que Dios ha hecho primero por
nosotros: nos amó con todo “corazón, alma y fuerzas”. Un Dios así vendrá en
ayuda de los quebrantados y desplazados porque esa es simplemente la naturaleza
de Dios.
Hoy queremos tener cuidado de no predicar un mensaje que sea únicamente un
mandato de amar a Dios y al prójimo. El mandato de amar a Dios tan completamente
no viene como un mandato de un Dios dictador que desea docilidad esclavista y
dedicación completa. No se puede exigir tal amor emitiendo un decreto desde
arriba. Moisés llama al pueblo a tal amor porque han sido elegidos libremente
por Dios. Durante cuarenta años han vagado por el desierto y han llegado a
conocer a su Dios como un Dios de amor. Moisés les pide que respondan desde su
“corazón, alma y fuerza”, ya tocados y transformados por el amor de Dios.
La transformación causada por el amor de Dios es tan profunda que fluye de
nosotros hacia Dios y se expresa en el amor al prójimo. Como Moisés, Jesús nos
llama a amar a Dios con todo nuestro ser porque su vida y su muerte son una
manifestación del amor de Dios por cada uno de nosotros. Nos recuerda que Dios
es el centro y la presencia permanente en nuestras vidas citando el “Shemá”, la
gran afirmación de fe y amor de Israel a Dios. Uno se imagina que las palabras
tomadas del Deuteronomio vienen rápidamente a la conciencia y a los labios de
Jesús porque, como judío devoto, habría rezado cada mañana y cada tarde la
oración: “¡Escucha, Israel! ¡El Señor es nuestro Dios, el Señor solo!”. Jesús
habla el espíritu de la Torá, su respuesta al escriba se basa en el Deuteronomio
y confiesa que el amor a Dios es nuestro deseo y meta primordial.
Los rabinos podían contar 613 mandamientos de la Torá. De ellos, 248 eran
positivos en su forma y 365 negativos. Los maestros religiosos debatían cuáles
eran los mandamientos “pesados” y cuáles eran “ligeros”. Así, en los círculos
religiosos un punto de discusión sería cuál de estos mandamientos era el
“primero” o el más importante. De ahí el contexto de la pregunta que el escriba
le hace a Jesús. En su respuesta, Jesús cita dos mandamientos de las escrituras
hebreas y, al hacerlo, sugiere que ningún mandamiento por sí solo puede
responder adecuadamente a la pregunta del escriba. Al poner los dos juntos,
Jesús también sugiere que los dos constituyen un gran mandamiento. Los judíos
devotos no habrían percibido que Jesús estaba abrogando el resto de la Torá. Lo
que habrían oído era la manera en que Jesús simplificaba la Ley para ayudar a su
observancia.
El segundo mandamiento, del Levítico (19:18), supone que las personas se aman a
sí mismas; que protegen, cuidan y atienden sus propios asuntos. El desafío de
Jesús es que mostremos este amor a los demás. En el contexto del Antiguo
Testamento hay un sentido estrecho de quién es el “prójimo”; serían los miembros
de la familia o los que pertenecen a la nación. En las enseñanzas de Jesús,
especialmente en la parábola del Buen Samaritano, extiende el sentido de
“prójimo” más allá de cualquier confín étnico o religioso. Para él, el amor a
Dios y al prójimo no son “primero” y “segundo”; constituyen un mandamiento mayor
que todos los demás.
El escriba entiende y está de acuerdo con Jesús. Afirma que la ley del amor a
Dios y al prójimo es mayor que cualquiera de las observancias religiosas y leyes
relativas a los sacrificios. El culto y el sacrificio en el Templo deben ocupar
un segundo lugar frente a la observancia y el sacrificio que conlleva amar a
Dios y al prójimo. Jesús dice que el escriba ha respondido sabiamente acerca de
la superioridad del amor sobre cualquier sacrificio y luego le dice: “No estás
lejos del reino de Dios”. Pero el escriba ha demostrado sabiduría y está de
acuerdo con Jesús, ¿qué más podría faltarle?
Tendrá que recibir el reino como un niño, como Jesús ha enseñado. Tendrá que
reconocer que no puede ganarse la entrada al reino por ninguna obra u
observancia; que depende totalmente de Dios para el don de la membresía en el
reino. Luego, como miembro del reino, debe vivir el mandamiento que Jesús ha
enseñado acerca de amar a Dios y al prójimo. Recuerde que el evangelio de Marcos
comienza con una promesa de Juan el Bautista de que el que vendría después de él
era más poderoso y bautizaría con el Espíritu Santo (1:7-8). La nueva vida que
Jesús da es el don del Espíritu y permite a los receptores cumplir la ley del
amor que ha articulado para el escriba. El escriba está “no lejos del reino de
Dios”. Pero sólo puede entrar en ella a través del don que Dios da.
Haga clic
aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/110324.cfm
P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>
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