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II DOMINGO DE CUARESMA

16 de Marzo de 2025

 

 

 

Génesis 15:5-12, 17-18; Salmo 27; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36

 

 

 

Segundo

 

Domingo

 

de

 

Cuaresma

 

 

 

 

 


1. -- Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>

 

2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>

 

 

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1.
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Queridos lectores, si tienen dificultad predicar el evangelio hoy, sean seguros que no son solos. La Transfiguración dejan a todos asombrados. Por eso, creo que nuestro acercamiento al texto debería permitir a los escuchadores maravillarse en sus implicaciones. Jesucristo es uno con el Padre, “luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Y no solamente esto, sino nos señala que nuestro destino será glorioso. He tratado de transmitir este mensaje en la homilía de modelo a la continuación. Espero que hagan las suyas al menos tan bien si no mucho mejor. Fray Carmelo Mele, O.P.

EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA, 16 de Marzo de 2025

(Génesis 15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28b-36)


Como en todo segundo domingo de la Cuaresma, el evangelio hoy se enfoca en Jesús misteriosamente transfigurado. La historia asombra al lector. La narrativa desde el principio relata la formación de Jesús como un profeta con algunas experiencias raras, pero nada inimaginable. Entonces, llegamos a este pasaje. Jesús está en la montaña con tres discípulos. Ellos tienen una vislumbre de él en la gloria. ¿Qué significa todo esto?


En lugar de tratar de explicar el desarrollo de la historia y aplicar su significado a nuestras vidas, vamos a emplear otra estrategia hoy. Examinaremos tres componentes del texto que parecen particularmente reveladores. Entonces preguntaremos a nosotros mismos qué indican para el viaje cuaresmal.


En primer lugar, Jesús se transforma cuando está orando. En su diálogo con el Padre se le ve como unido con Él, de tal manera que asume Su gloria. Como dice el Credo, Jesucristo es “luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. El acontecimiento muestra el propósito de la oración como unirnos con Dios Padre. Es un momento de la verdad porque Dios conoce nuestro interior. No podemos engañarlo con una máscara. Podemos ser quienes somos pidiendo lo necesario para vivir con rectitud. Además, sabemos que Él no nos va a rechazar porque somos sus propias criaturas que le acuden en humildad.


Solo esta narrativa según San Lucas revela el tema de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. Hablan del “éxodo” que Jesús va a sufrir en Jerusalén. Dice el griego “éxodo”, pero otras traducciones tienen “salida” o “muerte”. El propósito del evangelista es decir que la muerte violenta, que aguarda a Jesús en la ciudad santa, ocasionará la liberación del pueblo como el éxodo produjo la liberación de los hebreos de la esclavitud. Tan horrible que será la crucifixión, también será transformadora. Por la muerte en la cruz Jesús redimirá al mundo de sus pecados. Como el Hijo de Dios sin pecado, solo él puede ofrecer un sacrificio que justificará a todos. La primera lectura dice que por la fe el Señor tuvo a Abram por justo. San Pablo desarrolla el concepto por declarar que, por la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado, nosotros hemos sido justificados.


Finalmente, vale reflexionar en la nube que envuelve a los discípulos y la voz que se emite de ella. Como cosa que oscurece la vista, la nube invoca miedo. Pero como cosa refrescante y peculiar, la nube atrae. Por eso, la nube forma un símbolo del Divino, a la vez temeroso y fascinante. Hombres hoy en día sacan sus teléfonos para tomar fotos de cualquiera cosa inusitada. Similarmente Pedro quiere hacer tres chozas para congelar en tiempo la aparición de Jesús en la gloria. Pero la voz de la nube les insta a él y sus compañeros que se aprovechen del momento, no tratar de replicarlo. Ellos (y nosotros también) han de escuchar a Jesús. Él no solo es el “Hijo” de Dios sino también su “escogido”. El término viene del Segundo Isaías donde se utiliza para describir el Sirviente Doliente. Esta figura misteriosa cargó los pecados de muchos. Porque no tiene referentes en la narrativa de Isaías los evangelistas asumieron que únicamente anticipa a Jesucristo.
La Transfiguración del Señor no nos mueve a la acción al principio. Más bien, delante de ella se nos indica a pausar y contemplar. Nos preguntamos: ¿Qué es nuestro destino como seguidores de Jesús si lo suyo era la cruz y la resurrección de entre los muertos? ¿Podría ser otro que sufrir y tener la gloria como él? En la segunda lectura San Pablo promete a los filipenses que Jesús transformará sus cuerpos gloriosos “semejante al suyo”. Es nuestro propósito de la Cuaresma, ser transfigurados como Cristo por nuestros actos de sacrificio.
 

Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>

 

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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”

Segundo Domingo de Cuaresma -C- 16 de Marzo de 2025

Génesis 15:5-12, 17-18; Salmo 27; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36

Por: Jude Siciliano , OP


Queridos predicadores:


Los pocos versículos (15:1-4) que preceden a la lectura de Génesis de hoy narran un intercambio entre Dios y Abram. Dios ha prometido que Abram y Sarai tendrán un heredero, pero Abram desafía a Dios, protestando que aún no tienen hijos. Abram —más tarde Abraham— siempre ha sido un modelo de fe bíblica; de hecho, el pasaje de hoy dice: “Abram puso su fe en el Señor…”. Sin embargo, su fe no fue la razón de la bendición de Dios. Más bien, Dios tomó la iniciativa, prometiéndoles libremente descendientes a Abraham y Sarai. Dios es rápido para dar regalos, mientras que nosotros los humanos a menudo dudamos en confiar. Parecemos sonámbulos que necesitan ser despertados al amor y la presencia constantes de Dios.

El hecho es que la fe de Abraham se despertó por la persistencia de Dios. Las estrellas sirven como señal de los innumerables descendientes de la pareja de ancianos. Abram se entrega al plan de Dios y confía en el poder de Dios. Está “bien” con Dios; se nos dice que Dios “se lo contó como un acto de justicia”. Si se nos pidiera que expresáramos nuestra fe, podríamos enumerar las cosas en las que creemos. Pero la historia de Abraham revela que la fe no es sólo una cuestión de doctrina, sino de una relación. Abraham creyó que Dios haría lo que Él decía, y esa es la invitación extendida a todos los creyentes. ¿Qué prueba le dio Dios a Abraham para confirmar su fe? Nada concreto o inmediato, sólo una promesa. Dios hizo un pacto con él.

Los defensores de los derechos de los animales pueden estremecerse al escuchar la descripción de cómo se ratificó este pacto: se sacrificó a una selección de animales. Pero debemos recordar que estamos en tiempos antiguos y que nuestros antepasados creyentes comprendían el simbolismo. Tradicionalmente, cuando se hacía un pacto de este tipo, ambas partes pasaban el dedo por entre los animales separados, lo que significaba: “Que me pase lo que les pasó a estos animales si rompo este pacto”.

Cae la noche y Abraham entra en un profundo sueño, envuelto en “una oscuridad terrible y profunda”. Estamos en el reino del misterio. Entonces una olla humeante y una antorcha encendida pasan entre los animales separados, símbolos de Dios. ¿Cuál es el papel de Abraham en todo esto? Es simplemente un observador del misterio. No tiene una parte activa en sellar el pacto. Sólo Dios pasa entre los animales. Este es un tema bíblico recurrente: en el intercambio divino-humano, Dios siempre actúa primero. Abraham no es probado en fe y luego recompensado con un pacto. En cambio, Dios da el primer paso, hace una promesa vinculante e invita a Abraham a responder con confianza. Y eso es lo que Abraham hace, lo que también estamos invitados a hacer nosotros.

Pero ¿qué prueba tiene Abraham cuando surgen los desafíos? ¿Puede sacar una señal tangible de seguridad? ¿Recibe un objeto mágico para fortalecer su fe cuando la vida se vuelve difícil? No, sólo tiene la palabra de Dios. Y eso debe ser suficiente. Al igual que Abraham y Sarai, también nosotros debemos seguir escuchando y confiando en esa palabra. Esa es nuestra parte en la alianza.

Éste es precisamente el mensaje dado a los discípulos asustados en la Transfiguración: “Éste es mi Hijo elegido; escuchadlo”. La vida de Jesús –lo que dice y hace– es la palabra que Dios les da para que confíen. Deben mantener los ojos y los oídos abiertos, el corazón listo para responder. Como Abraham, deben despertar a la presencia de lo divino.

La Cuaresma es tiempo de despertar. A primera vista, puede que no pensemos que estamos dormidos, ¡todo lo contrario! La vida moderna exige mucho de nosotros. Trabajamos duro para equilibrar el tiempo y la energía entre la familia, el trabajo, los amigos, la iglesia y las necesidades de la comunidad. Los días de visitas espontáneas de amigos que pasaban a tomar un café ya han quedado atrás. ¿Quién tiene tiempo? Si queremos visitarlos, debemos programarlo con anticipación. Exteriormente, estamos completamente despiertos, aunque a menudo privados de sueño. Pero ¿con qué frecuencia hacemos una breve pausa para despertarnos de verdad y reflexionar sobre lo que importa?

Por ejemplo, ¿nos preguntamos: ¿necesita mi espíritu refrescarse? ¿Dónde está Dios presente en mi vida diaria? ¿Necesito reavivar amistades o cuidar una que se está marchitando? ¿Cómo respondo a quienes lo necesitan? ¿Qué o a quién he estado evitando? Decimos: “La vida está llena”, pero en verdad, nuestro espíritu puede estar como el de los discípulos en la montaña: “vencido por el sueño”.

Antes del relato de la Transfiguración de hoy, Jesús les dijo a sus discípulos que sería rechazado, sufriría y moriría en Jerusalén (Lucas 9:18-22). Pedro acababa de proclamar a Jesús como el Mesías, pero no entendió cómo cumpliría Jesús ese papel. Jesús no solo sufriría, sino que también les dijo a sus discípulos que ellos también debían tomar su cruz y seguirlo (9:23). La Transfiguración sigue inmediatamente a esta revelación, y la voz desde la nube afirma la identidad de Jesús al tiempo que dirige a los discípulos asombrados y temerosos a escucharlo.

El temor y la confusión de los discípulos no terminan allí. Descienden de la montaña y sus ilusiones de éxito y gloria se desmoronan cuando Jesús enfrenta una oposición cada vez mayor. Podrían haber recibido consuelo, y lo tuvieron, si tan solo hubieran recordado su experiencia en el monte Tabor. La voz les dijo qué hacer: “Escuchen a Jesús”. Pero olvidaron la esperanza que presenciaron en su gloria. Se convirtieron en amnésicos espirituales.

Ser discípulo significa recordar a quién seguimos. Como declara la voz, Jesús es “el Hijo elegido”. Fue glorificado no sólo en la montaña sino también en su sufrimiento, muerte y resurrección. La Transfiguración ya es un eco de la Resurrección. Nosotros, los discípulos, debemos recordar que el Cristo Resucitado –el Glorificado– sigue actuando y hablando en nuestras vidas. Es a Él a quien escuchamos. La Cuaresma es un tiempo para renovar nuestro compromiso de escuchar –a través de la oración, la Sagrada Escritura y la Eucaristía.

Es difícil mantener la atención en Cristo cuando la vida es caótica. Las crisis y las distracciones nos desequilibran y nos olvidamos de “escucharlo”. Olvidamos su presencia tanto en las luchas como en las alegrías de nuestra vida.

El Evangelio de Lucas pone más énfasis que ningún otro en la vida de oración de Jesús. Ora antes de tomar decisiones importantes y con frecuencia se retira para estar a solas con Dios. Hoy Lucas nos dice que Jesús se transfiguró “mientras oraba”. Su apertura a Dios y su misión se alimentaron en la oración. Los discípulos, en cambio, dormían, tanto en Getsemaní como en la montaña. Lucas nos recuerda que debemos permanecer despiertos para discernir la presencia y el propósito de Dios en nuestras vidas. Jesús comprendió quién era Dios y confió en Su plan porque se encontró con Él en la oración. Y nosotros también debemos hacerlo.

La Transfiguración es un recordatorio cuaresmal de que estamos llamados a orar, no sólo para pedir cosas o conversar con Dios, sino para abrirnos a la transformación. En la oración, escuchamos a Cristo de nuevo y descubrimos lo que nos está diciendo en nuestra vida actual. La voz de la montaña no sólo se dirigía a aquellos discípulos de hace mucho tiempo, sino que nos habla a nosotros ahora. Estamos llamados a ser oyentes constantes mientras caminamos con Jesús hacia Jerusalén.

Se supone que escalar montañas es un deporte emocionante, aunque yo no lo sé, porque me dan miedo las alturas. Pero sí sé que las montañas pueden ser lugares peligrosos. Hay gente que ha muerto en ellas. En la Biblia, las montañas son lugares donde la gente se encuentra con Dios, pero esos encuentros pueden poner en peligro la vida.

Encontrarse con Cristo es una especie de experiencia de montaña. En él, encontramos a Dios, y ese encuentro puede ser peligroso: puede cambiar nuestras vidas. Escuchar verdaderamente a Cristo puede significar dejar de lado las falsas seguridades y aceptar su camino. Requiere decisiones diarias que van en contra de lo que el mundo nos dice que conduce al éxito y la felicidad. Él nos llama a tomar nuestras cruces y seguirlo.

Abraham y Sarai no tenían ningún amuleto que los tranquilizara cuando su viaje se tornó difícil. Solo tenían el pacto y la promesa de Dios. ¿Y qué tenemos nosotros? Tenemos a Jesús, nuestro pacto con Dios, una palabra inquebrantable de que Dios no nos ha abandonado ni nos abandonará.

Entonces, ¿qué debemos hacer en esta Cuaresma? Buscar maneras y lugares para escuchar a Cristo, tal como la voz en la montaña nos ordena que hagamos hoy.

 

Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo.
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/031625.cfm
 


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