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XXXI Domingo Ordinario (B)
11/03/2024
XXXI
Domingo
B
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Deuteronomio 6:2-6;
Hebreos 7: 23-28;
Marcos 12: 28-34
“Aumenta mi Fe Señor, Yo Pecador”
Tres de los evangelistas nos dan una interpretación de este encuentro entre Jesús y el escriba. Pero San Marcos es el único que describe a este escriba como sincero, abierto, y honesto. Según el relato de Marcos, vemos a un hombre sencillo que está buscando una aclaración. No viene para poner a prueba a Jesús. Viene buscando entender mejor la importancia de la ley. Parece que Jesús se quedó admirado, porque al final del encuentro dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Es posible perder la sabiduría en la respuesta de Jesús. Él no está despreciando los mandamientos de los judíos. Mas bien, les está respetando, pero al mismo tiempo, poniéndoles en un formulario que es fácil de entender, y fácil de recordar. Jesús va directamente a la esencia de la ley y la resume en dos principios: el amor a Dios y el amor al prójimo.
El primer mandato viene del libro de Deuteronomio: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Dios, es el único Señor; amarás al Señor, Tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas las fuerzas”. Este mandato, conocido como el Shema a causa de la palabra hebrea para “escuchar”, es recitada por los judíos fieles dos veces al día. Ninguno de los oyentes de Jesús pudo dudar de su importancia. Con respecto al segundo mandamiento, Jesús hace referencia al libro de Levítico. La cita viene de una sección en la cual Dios ordena que su pueblo sea santo igual que Dios. Con muchos ejemplos Dios deja bien claro que la santidad que Dios espera de su pueblo demanda que amen a todos los seres humanos: a los pobres, a los extranjeros, y a los desamparados. Entonces, otra vez, los oyentes de Jesús no pueden refutar su respuesta.
Y nosotros, hoy en día, si presentamos la misma pregunta a Jesús, vamos a recibir la misma respuesta. Quedamos con una duda. ¿Como es posible amar así? Es posible solamente si tenemos fe en el amor de Dios para nosotros. Es muy importante aceptar que Dios nos ama de todo corazón y sin condiciones. El amor de Dios no depende de nuestra fidelidad a la ley. El amor de Dios no se gana por nuestra bondad. El amor de Dios es un don gratuito que está disponible para nosotros a pesar de lo que hagamos o dejemos de hacer. Esta fe en el amor de Dios es la base de nuestro compromiso y nuestro deseo de vivir en relación con Dios.
No es tan fácil creer que Dios nos ama así. Queremos usar nuestra experiencia de amor como la medida de lo que puede hacer Dios. Y sabemos lo que no es posible para nosotros. Casi no somos capaces de amar totalmente sin buscar algo del otro. No es fácil perdonar si el otro no se arrepiente. Nos parece imposible dar todo a los que no son dignos. Por eso, nos cuesta creer que Dios puede amar así.
Tal vez el desafío mas grande que tenemos es acercarnos humildemente a Dios, implorando la fe- fe en el amor de Dios para nosotros, fe en la capacidad de Dios de dar sin reserva, fe en el deseo de Dios de estar en relación con nosotros. Solamente cuando aceptamos este misterio será posible abrirnos al amar a Dios y tratar de extender este amor a los demás.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
(Las últimas siempre aparecen primero).
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