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II Domingo Cuaresma (C) |
II Domingo de Cuaresma
( C )3/16/2024
Génesis 15:
5-12, 17-18;
Filipenses 3: 17-4:1;
Lucas 9: 29-36
La pregunta más importante que podemos hacer cada semana al oír el Evangelio es “¿Qué sentido tiene para mí?” Vemos que San Lucas nos cuenta que los discípulos más íntimos con Jesús le acompañaran cuando subió al monte para dedicarse a la oración. Son los mismos tres que le van a acompañar en la huerta la noche antes de su pasión. Esta vez los tres tienen una vislumbre de su verdadera identidad. Ven a Jesús como nunca le habían visto, resplandeciente con una luz del cielo. Y escuchan la voz que sale de la nube diciendo: “Ese es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo.”
Hay un contraste enorme entre lo que dicen los profetas en la primera parte de
la lectura y lo que dice Dios al final. Con Moisés y Elías, la conversación
trata de la muerte de Jesús en Jerusalén. Que terror debían sentir los
discípulos al ver la visión de Jesús glorioso, pero hablando de su pasión. Y a
poco rato, la voz de la nube, identificando a este hombre como Hijo de Dios. El
misterio de la persona de Jesús era tremendo- ¿el Hijo de Dios tendría que
morir? Se puede entender porque al bajar del monte los discípulos guardaron
silencio y no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Regresamos a la pregunta de arriba, “¿Qué sentido tiene para mí?” Vemos que San
Lucas insiste en la oración como punto de partida en todos los momentos
significantes de la vida de Jesús. Vemos a Jesús orando antes de su Bautismo, al
escoger a los Doce, al mandar a los 72 discípulos y más importante, la noche
antes de su muerte. La oración para Jesús es un abrirse a su Padre, una
realización de su relación con un Dios de amor y de misericordia. Al orar, Jesús
está disponiéndose a seguir la voluntad de su Padre y entrar más plenamente en
su misión.
Según San Lucas, la oración sirve como preparación para la caminata de Jesús a
Jerusalén. Esta caminata le va a llevar a la pasión, la muerte y finalmente a la
Resurrección. Es importante que los discípulos tengan una experiencia de la
gloria de Jesús- el vestido blanco y el rostro resplandeciente- para
fortalecerles en los momentos de sufrimiento y desespera que fueran a sentir
durante la vida de Jesús. Ellos tenían que estar seguros de la identidad de
Jesús porque el camino de la vida les iba a llevar a la duda y a la inseguridad.
Es igual para nosotros. La Cuaresma nos invita a dedicar tiempo a la oración, el
abrirnos a Dios, a nuestro Padre. Tenemos que darnos cuenta otra vez de la
relación que tenemos con un Dios de perdón y misericordia. La oración nos va a
abrir a seguir la voluntad de nuestro Padre para que podamos entrar más
plenamente en la misión que tenemos en la vida. Vemos en el evangelio que el
momento de la Transfiguración duró unos minutos, o tal vez menos. Después la
vida de Jesús era una caminata con frustración, dolor y traición. Era la oración
que le dio la valentía de seguir fiel. Es la oración que nos da la valentía de
seguir con los quehaceres de nuestra rutina.
Vemos también que la experiencia de la Transfiguración no cambió los resultados
de una vida de fidelidad para Jesús. Los mismos profetas hablaron de su pasión y
muerte en Jerusalén. Es igual en nuestra vida. La oración no es una especia de
magia que nos protege de sufrimiento y de dolor. Es más bien la fuerza que nos
sostiene durante el sufrimiento y el dolor. Es la convicción de que Dios está
siempre a nuestro lado, dándonos la fuerza que necesitamos para aguantar los
momentos difíciles de la vida. Es la capacidad que tenemos de quedarnos firmes
en la fe, diciendo “Creo que Dios me ama y que está siempre a mi lado”.
Entonces, el sentido de la lectura hoy es claro. Durante la cuaresma, debemos
entrar en oración con frecuencia, con intención y con entrega. Con eso, podemos
estar seguros de que Dios nos guiará. Parece un plan fácil, pero no lo es. Si
vamos a dedicar tiempo cada día a la oración, tenemos que decidir cuándo y hacer
los preparativos. Si no, la rutina de la vida nos va a vencer. Creo que si hay
una sola cosa que hacemos durante estos 40 días, lo mejor sería seguir el
ejemplo de Jesús y dedicarnos a la oración. Porque la verdadera oración lleva a
una vida de buenas obras y de fidelidad.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
(Las últimas siempre aparecen primero).
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